10.3.11

Utawawa, tradición contra la deserción escolar

María Magdalena, sus dos hermanos y dos primas, así como otros 34 niños y adolescentes, se benefician en Jiskanki de un programa de hospedaje estudiantil que aprovecha una costumbre antigua, conocida como “Utawawa”, que permite a las comunidades aymaras y quechuas dispersas del área rural de Bolivia enviar a sus pequeños a otras localidades donde existe una oferta educativa, al menos hasta el octavo grado.

Jiskanki pertenece al municipio minero de Llallagua, en el norte del departamento andino de Potosí, aproximadamente a 370 kilómetros al sur La Paz, en una región de Bolivia donde la pobreza es hiriente, pero donde desde hace cinco años un proyecto de innovación educativa permite a los pobladores respirar un cierto optimismo acerca del futuro de estos niños.

En su origen, la tradición de la “Utawawa”, que significa en aymara “niños de la casa”, tenía un defecto: condicionaba el alojamiento de los pequeños en casas de familiares o de compadres, a cambio de que ayudaran en la agricultura o tareas domésticas. La experiencia demostró que la combinación de trabajo y estudio siempre acababa en un rotundo fracaso para los niños.

La Fundación Pueblo ha introducido una variante en esa arraigada costumbre para que los niños sean hospedados sólo de lunes a viernes en casas similares a las suyas, donde las familias anfitrionas les garanticen el mismo desayuno, almuerzo y cena que tendrían en sus casas, por un pago mensual que elimina el riesgo del trabajo infantil. El programa garantiza además el empleo de una persona como coordinadora de las madres anfitrionas y de los niños.

Esta idea permitió que la privada Fundación Pueblo ganara, en 2007, el segundo premio en un concurso sobre Experiencias de Innovación Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

UN DÍA EN JISKANKI

Los padres de María Magdalena viven en Umiri, a dos horas al pie de Jiskanki, que tiene conexiones viales deficientes. Si la niña no se beneficiara del programa Utawawa, estaría obligada a caminar cada día un total de cuatro horas, dos de ida y dos de vuelta, para dedicar otro tanto a sus estudios, lo cual es un sacrificio agotador que destruiría la posibilidad de su educación para condenarla, con seguridad, a vivir en la pobreza.

De hecho, el problema del acceso a las escuelas es uno de los más graves de la educación en Bolivia. Se ha calculado que entre las comunidades dispersas y un núcleo escolar con mejor oferta educativa hay una media de once kilómetros, que los niños cubren siempre a pie. Otro problema es la oferta limitada, que en las aldeas campesinas llega sólo al tercer grado de primaria, lo cual obliga a los niños a salir de sus lugares de origen para seguir estudiando.

Según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), la tasa de los estudiantes que terminaron octavo de primaria en Bolivia pasó del 71,5 por ciento al 74,7 por ciento entre 2001 y 2007. En Potosí el avance fue de 58,4 por ciento a 63,8.

Siempre en medio de sonrisas pero con pocas palabras, María Magdalena confirma que la atención, el descanso y los alimentos que recibe le ayudan a concentrarse en la escuela donde cursa el sexto grado. Apenas se levanta por la mañana de una cama que tiene un colchón - lo cual no es lo habitual para los niños del campo de Bolivia - desayuna y sale a un patio para asearse con agua de un pozo, vestirse con sus ropas típicas y dirigirse a su escuela que queda a cinco minutos de la casa de hospedaje.

La habitación donde duerme junto a sus hermanos y primas es pequeña, rústica y de adobe, pero es un espacio propio que las madres anfitrionas construyen a cambio de ingresar en el programa.

Cuando Efe visitó Jiskanki, el día comenzó para María Magdalena con una agradable sorpresa: fue una de las premiadas por el director de la escuela, Hermógenes Soruco, por su buena participación en un concurso de recitadores de poesía. El modesto premio consistió en un juego de reglas y un cuaderno.

Otros de los galardonados forman parte del grupo de 39 becarios, unos muchachos que tienen fama de ser buenos alumnos. “Verificamos las calificaciones del primer y segundo trimestre, muchos de los becados están respondiendo. En cambio, dos o tres alumnos “brillan” por su dejadez, pero la mayoría están bien”, sostiene Soruco con cierta ironía.

Después de tres horas de clase, al mediodía, los 39 becarios forman una fila a las puertas de una de las casas a la que le toca repartir los alimentos. Una sopa de fideos y gelatina fue el almuerzo el día que visitamos el lugar. No existe un comedor y los niños se juntan en grupos y buscan un espacio a la sombra en uno de los patios para almorzar. Todos coinciden en que tener un comedor es una de las próximas metas del programa.

Tras la comida llega la hora del deporte. Los niños y niñas, algunas de ellas con sus típicas polleras indígenas, trotan en la cancha de la comunidad y otros juegan fútbol, incluso con abarcas o descalzos. El no tener ropa deportiva adecuada no detiene a niños como Gabriel Vichicura de diez años, otro de los becarios, que vestido de camisa y pantalón juega al fútbol con la misma alegría que sus compañeros, aunque de tanto en tanto pierda sus abarcas al pegarle al balón. María Magdalena, en cambio prefiere correr alrededor de la escuela.

EL ESPÍRITU DEL PROYECTO

Álex Conde, director de la Fundación Pueblo, defiende el espíritu del proyecto: “ustedes han podido comprobar que los niños viven en Jiskanki, cómo viven en las casas donde comen de la misma olla que la anfitriona. No existen cambios sustanciales ni en la dieta, ni en el menú. Entonces cuando regresan a sus casas, no existe ninguna diferencia ni en calidad, ni en cantidad”.

Estas condiciones, apunta Conde, “permiten que los niños beneficiados con el programa no rompan el vínculo con su contexto social y cultural y que las madres anfitrionas se mantengan en el programa porque no se les exige más de lo que ellas hacen por su propia familia”.

Benedicta Delgado es una de esas madres anfitrionas, no tiene hijos propios y se concentra en la atención de los “becarios” a cambio de un pago equivalente a 1,7 dólares diarios por cada hospedado que asiste a clases. En su casa viven María Magdalena y cuatro niños más, de tal forma que recibe 8,5 dólares diarios por darles alimentos y un lugar donde dormir.

A Delgado, de 28 años, se le hace difícil explicar en español su tarea, ya que ella, como prácticamente todos los habitantes de Jiskanki, se expresa habitualmente en aymara y el quechua. No obstante, protesta y asegura que el dinero recibido no es suficiente para la alimentación de los pequeños. Su reclamo es respaldado por la coordinadora Lizeth Gómez, una psicóloga de 27 años, que ayuda a las madres anfitrionas que atienden a los becarios.

Según Gómez, ella y las madres se proponen dar la mejor alimentación a los niños, e incluso usan todo el dinero en comida con “huevos y enlatados”, a veces sin pensar en el margen de ganancia que deben tener las anfitrionas. Las familias de los becarios también ayudan con aportes propios de comida o dinero.

UN GOLPE A LA DESERCIÓN

El municipio de Llallagua aceptó este año ampliar el número de beneficiados con el hospedaje estudiantil de 26 a 39, y mantener la financiación del programa en su presupuesto anual, lo cual muestra la decisión de reducir la deserción escolar, según el alcalde Tomás Quiroz.

Los habitantes de Jiskanki se han planteado subir el número de estudiantes a medio centenar para el 2011, lo que exigirá un mayor compromiso del municipio, según destaca el dirigente vecinal, Toribio Delgado.

Antes de transferir el proyecto al municipio, la Fundación Pueblo apoyó este plan con recursos propios los primeros tres años del programa que viene aplicándose en Bolivia en los departamentos de La Paz y Potosí, beneficiando a más de 220 niños.

No hay estadísticas actualizadas sobre el avance del programa, en parte porque la región es una zona con una alta tasa de emigraciones, pero en el caso concreto de Jiskanki el director Soruco asegura que “el objetivo de erradicar la deserción escolar se cumple”. Para ilustrar su afirmación sostiene que en los últimos años no bajó el

número de sus alumnos, que actualmente es de 170.

Entrevista. Franklin Bustillos, de la Fundación Pueblo

"El objetivo del proyecto es ofrecer una alternativa de solución a los principales problemas que enfrentaban los niños y las niñas para culminar el ciclo primario, ocasionados por la elevada dispersión geográfica de la población y de las unidades educativas. Todo esto con la finalidad de lograr una mayor cobertura de la educación primaria fiscal en general y sobre todo una mayor equidad de la cobertura entre la población urbana y rural. En ese sentido, se puso énfasis en los grupos más vulnerables de la población, especialmente en las niñas de pequeñas comunidades dispersas, que sufrían de manera sobre proporcional un prematuro abandono escolar, apuntando a una mayor equidad de género.

El reto de la continuidad académica

Educación primaria. En Bolivia, las cifras de deserción escolar en el altiplano se encuentran entre las más altas del país. En el norte de Potosí, el 58.51 por ciento de las escuelas sólo ofrece hasta el tercer grado y únicamente el 11.7 por ciento proporciona educación primaria completa, es decir, hasta el 8° grado. Eso significa que unos 7.500 alumnos por año, solamente en esa región del país, tienen que asistir a una escuela fuera de su comunidad para terminar el ciclo de educación primaria.


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